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Writer's pictureRicardo Lamota

Antes de los dispensarios


Nunca fui de “capear”. La primera vez que fumé lo hice sano y salvo en la casa de un pana que llevaba en las costillas, o mejor dicho en los pulmones, varios años de experiencia. Me ofreció, dije que sí; fumé. Si no era de esa forma las probabilidades de haber probado esta flor bendita hubieran sido nulas. Reconozco que soy un “cagau” de la vida, un blanquito de Cupey, Fairview...REPRESENT! Criado por seres católicos cuya única misión de vida era trabajar y ser padres. Fui a escuela privada, era muy bien alimentado y sobre todo me hicieron un experto en anticipar todas las maneras posibles en que me podía joder. Fui estrictamente orientado de todas las maneras que podía morir en cuanto pusiera un pie fuera de la casa. Me convertí en una persona muy precavida.


Es por eso que nunca fui de “capear”. Mis padres y maestros me pintaron los caseríos como si fuesen centros comerciales de drogas, pero que a la vez no cualquiera podía entrar. Como un Sam’s o Costco que necesitas tener membresía para accesar las facilidades. En esos sitios mataban gente, asaltaban y todo el que fuera iba a dormir o a comprar drogas. En esos sitios podías “coger un tiro”... Ay virgen! Dios me cuide! La única vez que entré a uno terminé fuera del carro junto a mis amistades, tomados de rehenes por un tecato que no nos iba a dejar ir hasta que la policía se fuera ya que sin saberlo y por mala pata entramos en medio de una redada. Primera y última.


Mi única opción para esa época era un dealer, vendedores callejeros casi a domicilio. Por lo regular no eran realmente maleantes delincuentes, eran amigables y no solían parecer un riesgo para mi salud. Tenía la opción de encontrarme con alguno de ellos en un estacionamiento, un fast food y hasta en su casa si te ganabas su confianza. Así que este se convirtió en mi método principal de adquirir flores. Lo malo era cuando el dealer no te quería dejar ir. Solo querías comprar yerbita para vacilar un rato con los compas y este tipo no para de hablar sobre la jeva que no le contesta el teléfono, o la madre que no lo dejaba jugar baloncesto de niño y por eso nunca llegó a la NBA, y por eso tuvo que recurrir al narcotráfico. Como un “Pineapple Express” type thing; you want a dealer, he wants a friend.

Luego de muchos años de espera surgió por fin esto de los dispensarios. Al principio lo rechacé, pues pensé que iban a vender las moñas como si fueran oro. En la calle una “ventana” eran $20 lo cual te aseguraba un gramo. Si encontrabas algún dealer que vendiera “dieguitos”, era medio gramo o un poquito más dependiendo si te sentabas a escuchar el cuento de la madre maltratante o no, y te salía en $10. Para mi sorpresa, los precios bajaron. Hoy día un gramo te puede salir de diez a quince dólares dependiendo del dispensario. Pero para alguien tan precavido/ansioso como yo, lo mejor fue lo normalizado que todo se convirtió. No más miedo de que un guardia te encuentre en medio de una transacción y te meta preso arruinando no solo tu vida si no la de todo el que te rodea! No, ahora compro marihuana con todas las conveniencias ofrecidas por un centro comercial y en ley. FUCK THE POLICE! With the law by my side! Llegas, entras, tomas turno, pasas, compras y te vas. Así de simple.


Con todo y eso hay que destacar que no todos los dispensarios son iguales como Walgreens y CVS, unos parecen tiendas de Apple con todo de blanco, flores debajo de lupas para que aprecies sus colores y personal altamente adiestrado. Otros parecen que entraste a un hospital siquiátrico, con ventanas protegidas por barrotes de varilla de construcción gruesa y las flores detrás del mostrador cerrado con candado; pero no se preocupen que de eso les cuento en la próxima. Pa’ eso estamos corillo; pa' orientarlos.



 

Photo by Alex Person on Unsplash

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